El difícil camino de la conversión

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“Conversión; Transformación o cambio en algo distinto, para llegar a una nueva forma de vida.”

Desarrollarse  al bien y a la conversión es el fin de cada uno de nosotros, Cristo ha hecho esto posible. Es así, como la conversión a Cristo,  y consecuentemente a la Iglesia que el fundó, es la fuente de una esperanza de muchos de los que decimos profesar su fe.

 

La conversión

LA CONVERSION DE SAN PABLO

San Pablo fue un judío célebre por ser cazador y persecutor de los seguidores de Cristo. A Pablo, se le aparece directamente Jesús y, queda convertido en apóstol, de la misma categoría que quienes habían visto y seguido al Señor, durante su vida pública.

SS Juan Pablo II, en la homilía de la misa de clausura de la semana de oración por la unidad de los cristianos 25 de enero de 1997, nos dice:

Jesús se revela plenamente a Pablo como el que ha resucitado de entre los muertos. Al Apóstol se le concede, así, «ver al Justo y oír su voz» (Hch 22, 14). Desde aquel momento, Pablo es constituido «apóstol» como los Doce, y podrá afirmar, dirigiéndose a los Gálatas: «Aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que lo anunciase entre los gentiles» (Ga 1, 15-16).

La conversión de Pablo se realiza a través del sufrimiento. Se puede decir que antes fue derrotado en él Saulo, el perseguidor, para que pudiera nacer Pablo, el Apóstol de los gentiles. Su llamada es, quizá, la más singular de un Apóstol: Cristo mismo derrota en él al fariseo y lo transforma en un ardiente mensajero del Evangelio. La misión que Pablo recibe de Cristo está en armonía con la que confió a los Doce, pero con un matiz y un itinerario particular: él será el Apóstol de los gentiles.  (Juan Pablo II)

  1. SS JUAN PABLO II, EN CONVERSACIÓN CON LOS JÓVENES DE LA DIÓCESIS DE ROMA LES ENSEÑA:

Es verdad; hoy, en general, no se siente la necesidad de conversión, como sucedía en otro tiempo……Sólo gracias a un proceso constante de conversión y renovación el hombre avanza por el arduo sendero del conocimiento de sí, del dominio de la propia voluntad y de la capacidad de evitar el mal y hacer el bien………………….No quiero decir que el camino de la conversión sea fácil. Cada uno sabe lo difícil que es reconocer los propios errores. En efecto, solemos buscar cualquier pretexto con tal de no admitirlos. Sin embargo, de este modo no experimentamos la gracia de Dios, su amor que transforma y hace concreto lo que aparentemente parece imposible obtener. Sin la gracia de Dios, ¿cómo podemos entrar en lo más profundo de nosotros mismos y comprender la necesidad de convertirnos? La gracia es la que transforma el corazón, permitiendo sentir cercano y concreto el amor del Padre. (ENCUENTRO DEL PAPA JUAN PABLO II CON LOS JÓVENES DE LA DIÓCESIS DE ROMA COMO PREPARACIÓN PARA LA XIV JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD Jueves 25 de marzo de 1999)

SS BENEDICTO XVI, EN EL ENCUENTRO CON EL CLERO DE ROMA, LES ENSEÑA;

No podemos pensar en vivir inmediatamente un vida cristiana al ciento por ciento, sin dudas y sin pecados. Debemos reconocer que estamos en camino, que debemos y podemos aprender, que necesitamos también convertirnos poco a poco. Ciertamente, la conversión fundamental es un acto que es para siempre. Pero la realización de la conversión es un acto de vida, que se realiza con paciencia toda la vida. Es un acto en el que no debemos perder la confianza y la valentía del camino. Precisamente debemos reconocer esto: no podemos hacer de nosotros mismos cristianos perfectos de un momento a otro. Sin embargo, vale la pena ir adelante, ser fieles a la opción fundamental, por decirlo así, y luego continuar con perseverancia en un camino de conversión que a veces se hace difícil. En efecto, puede suceder que venga el desánimo, por lo cual se quiera dejar todo y permanecer en un estado de crisis. No hay que abatirse enseguida, sino que, con valentía, comenzar de nuevo. El Señor me guía, el Señor es generoso y, con su perdón, voy adelante, llegando a ser generoso también yo con los demás. Así, aprendemos realmente a amar al prójimo y la vida cristiana, que implica esta perseverancia de no detenerme en el camino. (EN SU ENCUENTRO CON EL CLERO DEL ROMA, EL 22 DE FEBRERO, BENEDICTO XVI MARTES, 6 MARZO 2007)

 

El Papa Francisco con Evangelii Gaudium recuerda a los laicos “la imperiosa emergencia de tomar conciencia de su propia identidad católica”.

“El Señor Jesús nos está pidiendo y la Iglesia nos pide a través del Papa que nos convirtamos en apóstoles, que nos sintamos responsables por la conversión del mundo, todas las personas que conocemos, trabajo, familia, amigos, que nosotros seamos para ellos realmente testimonio vivo de que Cristo es real, de que Cristo está vivo, que ha resucitado y que tiene el poder de cambiar la vida de todo el mundo, especialmente haceros felices en el cambio total del corazón”

 

Pasos para la conversión

UN PRIMER PASO, EL ARREPENTIMIENTO

Si leemos la historia de los Santos, encontraremos que en ellos no había vanidad de su camino a la santidad, es decir, todos ellos daban testimonio de ser y haber sido pecadores, de sentir debilidad, de tener pobreza de sentimiento en sus almas, pero si, caminando hacia la perfección, arrepintiéndose, transformándose y convirtiéndose a Cristo.

Jesús dijo «¡Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado!» (Mt 4,17).- El arrepentirse requiere transformación y exige un cambio de actitud, además es una experiencia necesaria para llegar a conocer a Cristo, en otras palabras quien no se arrepiente,  por mucho que intente conocerle, no lo podrá conocer ni podrá ir al Reino de los Cielos.

El no arrepentirse, es vivir esclavizado en la mentira, y ser esclavo es carecer de libertad, y Dios nos quiere libre y para ser libre, debemos se consecuente con la Palabra de Jesucristo, quien nos dijo «Ustedes serán verdaderos discípulos míos si perseveran en mi palabra; entonces conocerán la verdad, y la verdad los hará libres». (Jn 8, 31-32)

Jesús, nos otorga la gracia de liberarnos de la esclavitud del pecado, para eso debemos comenzar por el arrepentimiento. Jesús les contestó: «En verdad, en verdad les digo: el que vive en el pecado es esclavo del pecado. Pero el esclavo no se quedará en la casa para siempre; el hijo, en cambio, permanece para siempre. Por tanto, si el Hijo los hace libres, ustedes serán realmente libres. Es así, como el arrepentimiento es el camino hacia la libertad.

El amor al arrepentimiento, es el odio al pecado, este tipo de odio, es un sentimiento de rechazo y antipatía que nos podemos permitir. El arrepentimiento es el primer paso al camino con el encuentro con el Señor. El arrepentimiento es reconciliarse con Dios.

Tengo la convicción plena, que todo el mundo necesita arrepentirse, ¿alguien se siente libre de culpas? Para reconocerse creyente, hay que reconocerse como pecadores, y si decimos que no tenemos pecado ¿hasta que punto estamos diciendo la verdad? “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no Está en nosotros.” (1 Juan 1,8).

Confesar nuestras faltas, es buscar la amistad de Cristo Jesús, y es querer limpiarnos de nuestras impureza, “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.”, (1 Juan 1,9)

No se puede predicar el Evangelio y vivir distinto a el, quien lo haga, finge cualidades, ideas o sentimientos contrarios a los que verdaderamente tiene. Lo peor, es que no estamos siendo consecuente con su Palabra, “le hacemos a él mentiroso, y su palabra no Está en nosotros” (1 Juan 1,10). Es decir,  su Palabra no habita en nosotros, no conoce nuestro corazón.

 

UN SEGUNDO PASO, APRENDER A TRANSFIGURARSE EN CRISTO

Mucho hablamos de imitar a Cristo, de transformarse en Cristo o transfigurarse con Cristo. En efecto nuestro camino a la conversión y a nuestra santificación consiste en conocer a Cristo, y luego tener una nueva forma de vida, como la de Cristo. Al leer los Evangelios, las Epístolas de San Pablo o la vida de los santos, encontramos  que este es el ideal que esta presente, y no es otro que vivir en Cristo; transformarse en Cristo. San Pablo, un enamorado de Cristo escribe: «Nada juzgué digno sino de conocer a Cristo y a éste crucificado» (1Cor 2,2)… «Vivo yo, ya no yo, sino Cristo vive en mí» (Gál 2,20).

La tarea de todos los santos es realizar en la medida de sus fuerzas, según la donación de la gracia, diferente en cada uno, el ideal de san Pablo, vivir la vida de Cristo. Imitar a Cristo, meditar en su vida, conocer sus ejemplos.

Muchos artículos escribió San Alberto Hurtado, un santo de nuestro tiempo,  grande fue y es su obra, su trabajo fue tan impresionante como su legado, pues lo que dejó y transmitió a sus sucesores y a su pueblo, como una tarea de amor total, a continuación, reproduzco lo que el nos enseña de la forma errada y cual es la solución para transformarse en Cristo.

(TOMADO DE CONFERENCIA A ALUMNOS Y PROFESORES DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA EN 1940, DOCUMENTOS DEL CENTRO DE ESTUDIOS Y DOCUMENTACIÓN “PADRE HURTADO U.C. DE CHILE)

SAN ALBERTO HURTADO, ALGUNAS MANERAS ERRADAS DE TRANSFIGURASE EN CRISTO:

“Para unos, la imitación de Cristo se reduce a un estudio histórico de Jesús. Van a buscar el Cristo histórico y se quedan en Él. Lo estudian. Leen el Evangelio, investigan la cronología, se informan de las costumbres del pueblo judío… Y su estudio, más bien científico que espiritual, es frío e inerte. La imitación de Cristo para éstos se reduciría a una copia literal de la vida de Cristo. Pero no es esto.  Para otros, la imitación de Cristo es más bien un asunto especulativo. Ven en Jesús como el gran legislador; el que soluciona todos los problemas humanos, el sociólogo por excelencia; el artista que se complace en la naturaleza, que se recrea con los pequeñuelos… Para unos es un artista, un filósofo, un reformador, un sociólogo, y ellos lo contemplan, lo admiran, pero no mudan su vida ante Él. Cristo permanece sólo en su inteligencia y en su sensibilidad, pero no ha trascendido a su vida misma.”

“Otro grupo de personas creen imitar a Cristo preocupándose, al extremo opuesto, únicamente de la observancia de sus mandamientos, siendo fieles observadores de las leyes divinas y eclesiásticas. Escrupulosos en la práctica de los ayunos y abstinencias. Contemplan la vida de Cristo como un prolongado deber, y nuestra vida como un deber que prolonga el de Cristo. A las leyes dadas por Cristo ellos agregan otras, para completar los silencios, de modo que toda la vida es un continuo deber, un reglamento de perfección, desconocedor en absoluto de la libertad de espíritu. El foco de su atención no es Cristo, sino el pecado. El sacramento esencial en la Iglesia no es la Eucaristía, ni el bautismo, sino la confesión. La única preocupación es huir del pecado. E imitar a Cristo para ellos es huir de los pensamientos malos, evitar todo peligro, limitar la libertad de todo el mundo y sospechar malas intenciones en cualquier acontecimiento de la vida. No; no es ésta la imitación de Cristo que proponemos. Esta podría ser la actitud de los fariseos, no la de Cristo.”

“Para otros, la imitación de Cristo es un gran activismo apostólico, una multiplicación de esfuerzos de orientación de apostolado, un moverse continuamente en crear obras y más obras, en multiplicar reuniones y asociaciones. Algunos sitúan el triunfo del catolicismo únicamente en actitudes políticas. Para otros, lo esencial una gran procesión de antorchas, un meeting monstruo, la fundación de un periódico… Y no digo que eso esté mal, que eso no haya de hacerse. Todo es necesario, pero no es eso lo esencial del catolicismo.”

SAN ALBERTO HURTADO, NO SOLO NOS DICE LA FORMA ERRADA, SINO QUE NOS DICE CUAL ES LA VERDADERA SOLUCIÓN PARA TRANSFIGURASE EN CRISTO.-

“Nuestra religión no consiste, como en primer elemento, en una reconstrucción del Cristo histórico; ni en una pura metafísica o sociología o política; ni en una sola lucha fría y estéril contra el pecado; ni primordialmente en la actitud de conquista. Nuestra imitación de Cristo no consiste tampoco en hacer lo que Cristo hizo, ¡nuestra civilización y condiciones de vida son tan diferentes!

Nuestra imitación de Cristo consiste en vivir la vida de Cristo, en tener esa actitud interior y exterior que en todo se conforma a la de Cristo, en hacer lo que Cristo haría si estuviese en mi lugar.

Lo primero necesario para imitar a Cristo es asimilarse a Él por la gracia, que es la participación de la vida divina. Y de aquí ante todo aprecia el bautismo, que introduce, y la Eucaristía que alimenta esa vida y que da a Cristo, y si la pierde, la penitencia para recobrar esa vida…

Y luego de poseer esa vida, procura actuarla continuamente en todas las circunstancias de su vida por la práctica de todas las virtudes que Cristo practicó, en particular por la caridad, la virtud más amada de Cristo.

La encarnación histórica necesariamente restringió a Cristo y su vida divino–humana a un cuadro limitado por el tiempo y el espacio. La encarnación mística, que es el cuerpo de Cristo, la Iglesia, quita esa restricción y la amplía a todos los tiempos y espacios donde hay un bautizado. La vida divina aparece en todo el mundo. El Cristo histórico fue judío vivió en Palestina, en tiempo del Imperio Romano. El Cristo místico es chileno del siglo XX, alemán, francés y africano… Es profesor y comerciante, es ingeniero, abogado y obrero, preso y monarca… Es todo cristiano que vive en gracia de Dios y que aspira a integrar su vida en las normas de la vida de Cristo en sus secretas aspiraciones. Y que aspira siempre a esto: a hacer lo que hace, como Cristo lo haría en su lugar. A enseñar la ingeniería, como Cristo la enseñaría, el derecho…, a hacer una operación con la delicadeza de Cristo…, a tratar a sus alumnos con la fuerza suave, amorosa y respetuosa de Cristo, a interesarse por ellos como Cristo se interesaría si estuviese en su lugar. A viajar como viajaría Cristo, a orar como oraría Cristo, a conducirse en política, en economía, en su vida de hogar como se conduciría Cristo.

Esto supone un conocimiento de los evangelios y de la tradición de la Iglesia, una lucha contra el pecado, trae consigo una metafísica, una estética, una sociología, un espíritu ardiente de conquista… Pero no cifra en ellos lo primordial. Si humanamente fracasa, si el éxito no corona su apostolado, no por eso se impacienta. La única derrota consiste en dejar de ser Cristo por la apostasía o por el pecado.

Este es el catolicismo de un Francisco de Asís, Ignacio, Javier, y de tantos jóvenes y no jóvenes que viven su vida cotidiana de casados, de profesores, de solteros, de estudiantes, de religiosos, que participan en el deporte y en la política con ese criterio de ser Cristo. Éstos son los faros que convierten las almas, y que salvan las naciones”.

 

TERCER PASO, APRENDER DE LOS SANTOS

La Iglesia Católica tiene canonizado más de 5000  santos, solo con nombres que comienzan con la letra a, hay unos 800, pero cuando queremos hablar de ejemplos de conversión, solo nos fijamos en algunos y son casi los mismos de siempre, es así como quiero exponer tres caso distintos, pero todos llenos de admiración.

SAN AGUSTIN, «toma y lee, toma y lee»

Es un modelo de conversión, basta leer su libro confesiones, para darse cuenta que su vida antes de la conversión no es muy distinta a las formas de vida de muchos de nuestro tiempo.

“Y eres tú mismo quien estimula al ser humano a que halle satisfacción alabándote, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti». (Conf. I, I, I )

Muchas personas influyeron en la conversión de Agustín, en sus biografía, se dice una especial mención a San Ambrosio, obispo de Milán, no tanto por su contacto personal, más bien por su predicación, que lo hizo descubrir lo diferente que era la fe cristiana, él se había imaginado algo distinto. En efecto, san Ambrosio con sus predicas le enseñó a interpretar los textos bíblicos, y a introducirle algunas ideas totalmente nuevas: «Me di cuenta, con frecuencia, al oír predicar a nuestro obispo… que cuando pensamos en Dios o el alma, que es lo más cercano a Dios en el mundo, nuestros pensamientos no captan nada material «.

Como muchos santos, la conversión se produce en momentos de crisis personal, es así como a San Agustin, estando en el jardín de su residencia de Milán, escuchó una voz procedente de una casa vecina, cantando como si fuera un niño o niña, repitiendo una y otra vez: «Toma y lee, toma y lee». Él interpretó aquellas palabras como si fueran un mandato divino, abrió la Biblia y leyó el primer pasaje que se ofreció a sus ojos: «Nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias». (Rom. 13, 13-14).

San Agustín, tenia más de treinta años, me imagino todo lo que habrá sentido en ese minuto, el mismo confiesa en el Capítulo XII de la VI parte de sus Confesiones su desconcierto y esclavitud en que le tenía encadenada la lujuria. Pero a partir de ese instante, toda sombra de duda desapareció. No fue meramente accidental el que un texto del gran convertido, el Apóstol Pablo, fuera el núcleo de la conversión de Agustín. La influencia de Pablo en Agustín continuó a lo largo de toda su vida.

San Agustin decía: «No quiero salvarme sin vosotros». «¿Cuál es mi deseo? ¿Para qué soy obispo? ¿Para qué he venido al mundo? Sólo para vivir en Jesucristo, para vivir en El con vosotros. Esa es mi pasión, mi honor, mi gloria, mi gozo y mi riqueza».

Pocos hombres han poseído un corazón tan afectuoso y fraternal como el de San Agustín. Se mostraba amable con los infieles y frecuentemente los invitaba a comer con él; en cambio, se rehusaba a comer con los cristianos de conducta públicamente escandalosa y les imponía con severidad las penitencias canónicas y las censuras eclesiásticas. Aunque jamás olvidaba la caridad, la mansedumbre y las buenas maneras, se oponía a todas las injusticias sin excepción de personas.

SAN FRANCISCO DE ASIS, convertirse a Cristo.

(Conceptos tomados de la lectura de “La conversión de san Francisco a Cristo, Génesis de un encuentro, Por Pierre B. Beguin, o.f.m)

Francisco de Asís «se convirtió a Cristo». ¿Qué significaba para él esta expresión, «convertirse a Cristo»? ¿Y qué puede significar para nosotros? Pero, en primer lugar, ¿de qué «conversión» se trata?, La Biografía de San Francisco, nos deja un enseñanza sobre la conversión como un regalo de Dios, El joven Francisco estaba «ansioso de gloria», y Dios se sirvió de esa inclinación natural suya para atraerlo y hacerlo pasar de la sed de vanagloria a la ambición de la verdadera gloria (TC 5). Entonces se abre para él el camino de la «conversión», que lo llevará a descubrir «la verdadera vida religiosa que abrazó» más tarde (TC 7). Es así, como Francisco pasa por un progresivo cambio total (TC 8-13).

Francisco descubre a «su Señor» (TC 13-15).- Hasta aquí, tanto en los sueños como en la oración, ha sido un desconocido, una voz, una inspiración interior, el que ha guiado a Francisco. Éste ha hecho la experiencia de la presencia de Dios, pero no lo ha visto. ¿Cómo, por otra parte, lo podría? Sin embargo, Dios se le va a «revelar» bajo los rasgos humanos que tomó al encarnarse en Jesucristo. Ese Dios que le hablaba, que «dirigía ya sus pasos» (TC 10), tendrá en adelante un rostro: el del Crucifijo de San Damián, que se anima y habla a Francisco. El «Señor» de quien Francisco aspiraba a ser vasallo y leal, será en adelante Cristo, y Cristo crucificado (2). Esta revelación fue para él una iluminación que lo llenó de gozo: tuvo la íntima convicción de «que había sido Cristo crucificado el que le había hablado» y le había confiado, por fin, una tarea concreta que cumplir en su servicio (TC 13).

Convertirse a Cristo.- Según el hermano León, esta expresión sería del mismo san Francisco. Se la encuentra, en todo caso, en el Testamento de santa Clara (TestCl 9), y otras fuentes franciscanas la utilizan, caracteriza bien la andadura de quienes reconocen en Francisco a su «fundador» e inspirador «en el servicio de Cristo» (TestCl 7).

Francisco, en efecto, se convirtió a una Persona, y no a una idea o a un sistema. Literal y decididamente, Francisco «se vuelve hacia» la Persona de Cristo cuando éste se le manifiesta en la capilla de San Damián: desde ese momento, Cristo se convierte realmente para él en «el camino, la verdad y la vida» (Adm 1,1; 1 R 22,40). Y esta orientación va a determinar toda su andadura espiritual, tal como él mismo la evoca al comienzo de su Testamento.

San Francisco, en su Testamento, nos deja entrever su evolución espiritual, precisamente durante el período de su «conversión». En cuanto a acontecimientos concretos, no mucho. Él sitúa el corte entre su «vida de pecados» y su «vida de penitencia» en el momento en que «el Señor lo condujo entre los leprosos» y en que se puso a su servicio (Test 1-2). En efecto, fue entonces, como lo señala la Leyenda refiriéndose explícitamente a este texto, cuando invirtió su escala de valores y cuando la amargura de antes se convirtió para él en «dulzura de alma e incluso de cuerpo» (Test 3; TC 11).

SANTA EDITH STEIN, (Sor Benedicta de la Cruz). Abrazadora de la cruz con un amor como el de Cristo.

«No se puede adquirir la ciencia de la Cruz más que sufriendo verdaderamente el peso de la cruz. Desde el primer instante he tenido la convicción íntima de ello y me he dicho desde el fondo de mi corazón: Salve, OH Cruz, mi única esperanza».

Esta es una santa muy contemporánea, fue canonizada como mártir en 1998 por el Papa Juan Pablo II, quien le dio el titulo de “mártir de amor”. En octubre de 1999, fue declarada co-patrona de Europa.

Desde poco después de su muerte en las cámaras de gas del campo de concentración de Auschwitz el 9 de agosto de 1942, el asombroso camino de conversión y la profunda coherencia cristiana de Edith Stein la convirtieron en una figura cada vez más admirada. Su peregrinación del judaísmo al catolicismo y de la vida intelectual a la contemplación como carmelita descalza, la convirtieron para muchos en un ejemplo y un símbolo no sólo de diálogo interreligioso, sino de reconciliación entre el pensamiento y la fe.

Ella paso primero por el desencanto del judaísmo, al atractivo catolico, al observar como en lo ritos fúnebres se encomendaban a los hombres a la misericordia de Dios. Fue una mujer inteligente y destacó en los estudios, Las virtudes aprendidas en casa, junto a una profunda y despierta inteligencia, hicieron progresar a Edith en el mundo académico, a pesar de los prejuicios contra las mujeres y los judíos de aquella Alemania rígida. Destacó en el colegio, y fue a Göttingen a estudiar filosofía. Edith, en filosofía, buscaba la verdad. Pero, a la vez, un intenso trabajo la absorbía, y no dejaba tiempo para la consideración de otras cosas; de hecho, no tenía fe.

Edith, fue una mujer curtida por el dolor y la muerte, En 1914 apareció de improviso la guerra. Muchos de los amigos de Edith fueron al frente. Ella no podía quedarse sin hacer nada, y se apuntó como enfermera voluntaria. La enviaron a un hospital austriaco. Atendió soldados con tifus, con heridas, y otras dolencias. El contacto con la muerte le impresionó. Edith recibió la Medalla al Valor por su trabajo en el hospital.

Edith, no tenía fe, leyó La Vida de santa Teresa de Jesus, y concluyó: ¡Esto es la verdad!-

Algunas conversiones de amigos y algunas escenas de fe que pudo ver habían impresionado a Edith. Empezó a leer obras sobre el cristianismo, y el Nuevo Testamento. Un día tomó un libro al azar en casa de unos amigos conversos. Resultó ser la autobiografía -La Vida- de Santa Teresa de Jesús. Le absorbió por completo. Cuando lo acabó, sobrecogida, exclamó: «¡Esto es la verdad!». Inmediatamente, compró un catecismo y un misal. Al poco tiempo se presentó en la parroquia más cercana pidiendo que le bautizaran inmediatamente. Demostró conocer bien la fe, pero había que hacer algunos trámites, y se bautizó el día 1 de enero de 1922, con el nombre de Teresa Edwig.

Lo más duro que le esperaba a la recién conversa era decírselo a su familia. Edith era un orgullo para su madre. Por eso mismo se derrumbó y se echó a llorar cuando su hija se reclinó en su regazo y le dijo: «Madre, soy católica». Edith la consoló como pudo, e incluso le acompañaba a la sinagoga. Su madre no se repuso del golpe -lo consideraba una traición-, aunque no tuvo más remedio que admitir, viendo a su hija, y diciendo que: «todavía no he visto rezar a nadie como a Edith».

Edith, se hizo carmelita descalza. No le fue fácil tomar esta  decisión,  hacerse carmelita descalza. Era una decisión meditada durante años, que se hizo realidad en 1934. Emite sus votos en abril de 1935, en Colonia. Se convirtió en Sor Benedicta de la Cruz.

Mientras todo esto sucede, el ambiente en Alemania se va haciendo progresivamente hostil contra los hebreos, desde la llegada al poder de Hitler en 1933. En 1939 sus hermanas del Carmelo de Colonia deciden que es prudente salga de Alemania, y se traslada al convento de Echt, en Holanda. Pero en la primavera de 1940 Holanda es ocupada por los nazis. A principios de 1942 se decide en las afueras de Berlín la «solución final»: el exterminio programado de los judíos y de los católicos de origen hebreo. En agosto de 1942 se presentan en el convento de Echt, en busca de Edith Stein y su hermana Rosa, refugiada allí. Al cabo de pocos días, salen de Holanda con destino desconocido. Pocos datos se conocen a partir de este momento, pero todos coinciden en testimoniar la serenidad y entrega ejemplar de Edith. Más tarde se supo el destino final de Edith Stein: las cámaras de gas de Auschwitz. Allí entregó santamente su alma al Señor el 9 de agosto de 1942.

 

CUARTO PASO, REFLEXIONAR SI ESTAMOS CONVERTIDOS.

San Agustín, comienza su fase de conversión a los 32 años, San Francisco a los 23, Santa Edith Stein, a los 31 y,  podemos hacer una larga lista de convertidos a distintas edades, conocí a alguien que dijo haberse convertido a los 82, tres años después de haber amado mucho a Cristo fue llamado a la casa del Padre, y dejo la frase siguiente en una carta a sus hijos: “Hijos, alégrese todo el mundo por mi, pude haber muerto y ahora vivo por siempre, allí, donde esta Cristo”

¿Quién se atreve a decir que ya hizo lo suficiente, que ya es demasiado perfecto y puede declararse convertido totalmente? Les he preguntado a muchos cristianos catolicos, si consideran que está convertidos, hay  quien se atreve a decir que si. Examinemos nuestra conciencia en oración ante Dios, escuchando su voz en nuestro corazón, y veamos si verdaderamente lo estamos.

Hay muchas preguntas que hacerse, ¿Amo de verdad a Dios?, ¿Siente mi corazón que ama a Dios?, ¿Utilizo el nombre de Dios para las cosas frívolas?, ¿Santifico el día del Señor?, ¿Me reconcilio con mis hermanos durante la Misa?, ¿Doy tiempo a mis padres y atiendo sus necesidades?,  ¿Promuevo y acepto el aborto?, ¿Conduzco irresponsablemente?, ¿Soy fiel a mi esposo o esposa?, ¿ He engañado para mi beneficio?, ¿Busco que otros opinen mal de mis hermanos?, ¿Permito o promuevo a otros a cometer pecados?, ¿Le deseo mal a otros?, ¿Me alabo a mismo para hacer valer vistosamente mis buenas obras?. ¿Le he negado a un hermano algo que me sobra?, ¿Me domina la pasión en las discusiones y me indigno sin razón?, ¿Me aflige si otro tiene un puesto que yo deseo?, ¿No me agrada sentirme obligado cooperar con mis hermanos?, ¿Soy inconsistente en el bien y desisto rápidamente de mis obligaciones? En fin, podríamos hacernos cientos de pregunta, pero para todo esto hay solución, Todos estamos muy necesitados de la paz interior, reconocer nuestras faltas, es un paso para lograrlo, la culpa se elimina reconociéndola. La confesión nos invita a hacer un examen profundo de nuestra conciencia, descubrir lo que llevamos adentro, por tanto nos ayuda a conocernos más, Pero hay algo de gran importancia, necesitamos saber si estamos en condiciones de ser perdonados, y necesitamos saber que hemos sido perdonados. No olvidemos que una cosa es pedir perdón y otro distinto ser perdonado.

El camino de la conversión es la búsqueda de la perfección que Dios espera de nosotros, y eso, no es fácil.

Como conclusión, me parece que es un error cuando pensamos que la conversión se alcanza rápidamente y en esta vida. Reconozco que es un difícil camino, hay que andar mucho y con Dios en el alma, y llega cuando Dios nos de la entrada al Reino.

 

CONVERTIRSE A LA MISERICORDIA DE DIOS

Si esta en nuestro propósito cambiar de vida, esta también el convertirnos. Convertirse es cambiar de actitud, por tanto es apartarse de nuestros egoísmos, abrir el corazón a Dios, aceptar la mano que Cristo Jesús nos tiende para caminar con El. En efecto, convertirse es aceptar ser salvado por Cristo, y no olvidar que Dios, siempre esta dispuesto al perdón.

El atractivo catolico, de Santa Edith Stein, fue al observar como en lo ritos fúnebres se encomendaban a los hombres a la misericordia de Dios. La Misericordia de Dios, llega a ser casi  incomprensible, ¿Por qué?, porque pecamos una y otra vez, nos arrepentimos y luego volvemos a cometer las mismas faltas, provocamos el enojo de Dios y sin embargo el no deja de ser misericordioso con nosotros. La Misericordia de Dios, es la perfección del Amor, tanto así, que El envió a su propio Hijo engendrado al mundo, permitiendo su muerte en la cruz y de este modo nuestros pecados fuesen perdonados. En Justicia Dios nos condena pero en Misericordia nos salva.

Es bueno preguntarse, ¿tenemos derecho a su Misericordia?, ¿tenemos derecho al perdón?,  eso es lo incomprensible, entre más pecamos y mas provocamos el enojo de Dios, más derecho tenemos.

REZA EL SALMO 102:- El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo; no nos trata como merecen  nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas.

DICE CRISTO JESUS: “Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión (Lc 15, 7)…..Del mismo modo, os digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.”(Lc 15, 10)

El evangelio nos da la Buena Noticia que Cristo Jesús vino a consolar a los afligidos a sanar a los Enfermos, a perdonar a los pecadores y nosotros también necesitamos la salvación que Jesús nos trajo, y convertirnos, para que pasemos de la muerte a la vida, de las tinieblas a la Luz, y que seamos hombres nuevos.

PETICIÓN: Señor, te ruego que me des la Gracia de convertirme de verdad, cambiar de vida, confiar en tu misericordia y caminar por siempre el camino de Jesús.

Que Cristo Jesus, viva sus corazones.

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