Desde sus comienzos la vida matrimonial, aún cuando es producto de un noviazgo saludable y del compromiso estar juntos “hasta que la muerte los separe”, enfrenta múltiples experiencias que generan diferentes emociones y reacciones en nuestro ser. En muchas ocasiones vemos cómo la alegría invade la relación llevándola a unas reacciones tales como sonrisas, risas, abrazos, besos y mucho más. Estas reacciones quedan grabadas en nosotros, se recuerdan con agrado y hacen que la relación se fortalezca cada día. Sin embargo, llegan experiencias que nos generan emociones como tristeza, ansiedad, preocupación, irritabilidad y hasta aislamiento.
Cada experiencia puede operar para unir más y así poder compartir de forma saludable el crecimiento de ambos y el fortalecimiento de la relación. Esto produce a su vez bendiciones de Dios como parte de lo que estableció Jesucristo en Mateo 6:33. No obstante, del mismo modo puede impactar la relación provocando desunión y distancia. Es interesante observar que luego que las relaciones han pasado por periodos de bienestar y tranquilidad de igual forma las circunstancias se pueden complicar. Los matrimonios tienden a olvidar esos buenos momentos, y comienzan a deteriorarse de tal manera que la ruptura de la relación llega como un relámpago. Surgen frases como “uno que hace las cosas bien y mira”, “y eso que creo en Dios que si no…”, ocurren las discusiones o se retorna a ellas, molestias constantes, carencias afectivas y comienzan a soplar los vientos de la separación. Uno se pregunta ¿qué fue lo que pasó?
Lamentablemente existen algunos seres humanos que tienden a clamar a Dios por ayuda y como parte de su pensar, apaciguan la problemática matrimonial pensando que esto ayudará a que Dios les provea y no les tenga en cuenta el deterioro de la relación. Esto es parte de la respuesta ante las crisis, en especial las económicas y de empleo.
Es lamentable que estas personas reciban respuestas a sus oraciones y luego se olviden de sus compromisos y las conductas retornen a lo que eran. ¿Qué demuestra esto? Que muchos utilizan a Dios como salva vidas temporal y luego que “tocan tierra”, se lo quitan de encima y lo buscan de nuevo hasta una próxima crisis.
Evalúa que tipo de bien deseas para tu vida; una de apariencias o una real. Para esto te recomendamos algunas áreas de la vida para evaluar:
1. Valora tu relación con Dios: ¿He oído de Dios o le conozco?
2. Está juntos realmente: En el matrimonio se debe estar unido como un solo equipo y no como un cuerpo desmembrado.
3. Tus logros: son compartidos con tu pareja y no son solo tuyos.
4. El amor que los une en el Señor los hará sobrevivir toda situación: llegar al final. Nadie es dejado atrás.
Los psicólogos José González y Luz Alvira residen en Puerto Rico.
Ministerio Caminando Por Fe.